lunes, 17 de agosto de 2015

Las locuras del Corazón, las locuras del Amor.

Según la RAE la locura significa "privación del juicio o del uso de la razón", por eso la locura empieza en el corazón.

Los locos sentimos y por eso, nos cuesta tanto vivir la vida guiada por la razón y más, si esa razón es la razón de los que imaginan por mí y por una inmensa cantidad. Desde que nací, el mundo se ha encargado de imaginar por mí y cuando yo imagino, me tratan de loco.

Mis padres imaginaron por mi y eso era lógico, pues ellos pensaban que vivir bien era educarse en un buen colegio, terminar bachillerato, ingresar a la universidad, graduarme, conseguir un empleo, comprarme el carrito y un apartamento, conseguir una novia, casarme, tener hijos y repetir el mismo imaginario con mis hijos, sus nietos. Mis padres me vieron crecer y cumplieron sus sueños hasta que yo empecé a imaginar algo diferente para mis hijos.

Mis profesores y pastores religiosos, respaldaban lo que querían mis padres. Toda la sociedad, incluyendo las leyes, me decían como debía de vivir. Estudié Ingeniería Civil en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional y me prepararon para ser empleado y cuando estudie la Maestría en Administración en EAFIT, me educaron para reforzar el modelo de desarrollo con base en el crecimiento económico y la globalización. Todos mis textos eran americanos, escritos por gurús de la economía y la administración que me decían como debía de trabajar y pensar.

Cuando tuve todo lo que la sociedad me pidió que debía tener para ser feliz, no lo era. Por el contrario, era infeliz. Tenía resuelto hasta mi aspecto religioso y pertenecía al cristianismo evangélico. Por eso, imaginar por sí mismo mi mundo, era tan importante para mí pero a la vez, tan difícil. Siempre imaginaron por mi y aunque viví lo que siempre quise vivir, siempre estaba en el molde de la sociedad. El consumo era lo más importante, pues movía la economía y en la medida que consumía, era supuestamente más feliz.

Buscar una verdad propia que me hiciera vivir feliz, era la locura que mi corazón me ponía a sentir, en medio de una manía de deprimirme, porque veía como pasaban los días y fines de semana, las vacaciones, los cumpleaños, las fiestas, la navidad y todo el calendario, año por año, gastando y gastando, para llegar a mi corazón, sin un sentido de esa vida consumista en la que la sociedad me había sumergido y que hoy sigo viendo por todas partes.

La locura se apodero de mí. Quise hacerle caso al corazón y obedecerlo ciegamente. Los cambios son tenebrosos y más, cuando alrededor, todos te dicen que puedes hacer de todo menos cambios trascendentales. Deje mi religión y me entregue a conocerme personalmente y conocer al Dios Amor. Quería conocerlo, pues había pasado algunos años en el cristianismo evangélico, temiendo a Dios y la religión Católica, me parecía tan lleno de formas y tan poco fondo, que tanta repetición y a las carreras, desde los 9 años, aplastaron con mis creencias que un día se reveló ante mi madre al decirle que jamás volvería a una misa. 

Conocerse a sí mismo es complejo y más si somos auto indulgentes. Peque todo lo que me dijeron que no podía pecar y sentía que el Dios Amor me amaba y en mi corazón poso la alegría de dejar de hacer lo que hacía, no por pecado, sino porque me estaba haciendo dañó a mi mismo. Todos los excesos son dañinos, incluso el ascetismo de meternos en una cueva a meditar por años, mientras el mundo se cae a pedazos.

Me divorcié al aprender el desapego emocional con los hijos que tanta frustración traen a madres que deben soportar el peso de un macho proveedor y padres que son víctimas de la violencia femenina de la cantaleta y el desprecio. Me aísle de la sociedad, pues ya no me sentía pleno en medio de tanto consumismo y con su mismo chiste, partido de fútbol, anécdotas, rumbas, polvos, trasnochos, noticias, políticos, guerras, problemas, violencia, y en fin, un mundo caótico que preferí observar con los nuevos ojos que el Dios Amor, empezó a revelarme. Busque mi vocación al precio de experimentar la carencia que es más difícil de soportar cuando se ha tenido la abundancia, hasta que aprendí a vivir con poco y con mucho, cuando una vez no acepte un torcido y preferí quedarme con mil pesos en el bolsillo. Había logrado mi libertad económica y financiera.

Ha sido complejo vivir con la privación del juicio o el uso de la razón. La crítica, juicio y condena de la sociedad es duro, durísimo, implacable, y viene de la gente más cercana y de compañeros que llamamos amigos, que siempre enjuician con el ¿Qué estás haciendo? ¿Qué carro tenes? ¿Y con esa fundación si ganas dinero? La razón de la sociedad, está tan lejana del co-razón, que la alegría que produce la locura es suficiente para obviar esas condenas y quedarse en la locura del Dios Amor.

Conquistar la soledad es el precio de la locura. Hoy sentí escribir un aparte de como es vivir en la locura, para aquellos que sienten deseos de hacerlo o lo estén experimentando. La soledad es un amigazo, que te permite jamás conocerte, porque siempre encuentras que hay cosas nuevas en el corazón y que la vida es una experiencia increíble que exige vivirla con ojos inocentes, es decir, sin prejuicios, para que ella te regale cosas jamás imaginadas, por lo menos conscientemente.

Hoy hago cosas increíbles y vivo como si apenas estuviera empezando. Cocrear con lo Divino, los amigos y la comunidad, el Ecobarrio Pablo Escobar y apoyar abiertamente al Papa Francisco y su Laudato Si, en medio de una sociedad llena de paradigmas e imaginarios de terceros, es una aventura, una hermosa aventura que empezó muy bien y por ende, terminará mucho mejor. Vivo rodeado de historias, risas, solidaridad, gente real, valientes aún con miedos, rebuscadores, con esperanzas, imaginarios, sueños, buscadores de oportunidades, niños, jóvenes, adultos, maestros de la vida. Puedo conocer a cualquiera en cualquier momento, servir en un rebusque o servir en un macro-proyecto. Mirarle a los ojos a un Presidente de la República y a un ex-presidiario o un niño o una bella mujer. Aprendí a mirar el alma a través de los ojos. Aprendí a desear la soledad o el sancocho comunitario, o el descanso compartido por la mirada cómplice de quienes hacen vivo un deseo o estar con aquellas almas que tienen otros deseos más trascendentales, dentro de nuestro imaginario de un Plan Divino.


Qué bien se siente la locura y de ahí ese proverbio sufí de que quién sigue el camino del corazón, jamás se equivoca.