En estos
tiempos en que vivimos, la luz se va abriendo paso entre la sombra y va dejando
al descubierto situaciones que estaban sumergidas en la penumbra: mentiras, inclinaciones
sexuales, desamor, interés, adulterio, hijos no reconocidos, parejas paralelas,
corrupción, y en general, el destape es lo que se vive y lo que se viene.
El
asombro será el pan de cada día y en medio de esas sorpresas, es normal que la
desconfianza salga del escondite y empiece a morar en nuestro corazón; y con
ello, el temor, más del que tenemos, y así nos vamos encerrando en nuestro
recinto interior, sujetos a nuestra propia reflexión. Surge la soledad.
La
soledad es semejante a cuando estamos frente al mar y nos maravillamos de su
inigualable belleza y sentimos el respeto que se merece. La soledad esta frente
a nuestro horizonte pero es el mar con su sal la que limpia y purifica todas
nuestras imperfecciones.
Y no
es simplemente una analogía, es realidad, aprendida de la naturaleza.
El
sistema digestivo tiene una relación directa con nuestras emociones y como he
repetido varias veces, es normal escuchar: “se
orino de la risa” o “se cagó del
miedo”. Todas nuestras emociones las descargamos a través de nuestro
sistema digestivo y toda enfermedad de este sistema, proviene de nuestras más
profundas emociones. Y de una manera u otra, esta carga energética llega a las
aguas dulces de los ríos que desembocan luego en las aguas saladas del mar.
El
agua es el elemento que representa el fluir de nuestras emociones y es el
principal conductor eléctrico, y tanto el amor como el temor, son energías que
fluyen a través del agua. El mar con su sal, purifica el temor en amor y la
Madre Gaia va sanando lo que sus hijos temen. De ahí que podemos decir que la
soledad como el mar, es un purificador emocional cargado de amor.
Amemos
nuestra soledad, porque ella es la herramienta que tenemos para comunicarnos
con Dios y entablar una relación llena de amor y sabiduría. Es la verdadera
espiritualidad que debemos experimentar y trascender la religión.
Amemos
nuestra soledad, porque con ella convivimos con nosotros mismos y en medio de
la sabiduría, aprendemos a amarnos a nosotros mismos, a confiar en nuestros
sentimientos, que es el ingrediente que despierta el arte y la genialidad.
Amemos
nuestra soledad, porque con ella, le regalamos a la ciencia, la conciencia,
uniendo el corazón con la razón. Aprendemos a sentir y pensar con el corazón
primero y luego lo llevamos en nuestra confianza, a la razón y con su ciencia,
generamos nuevas creaciones, nuestras propias obras que están al servicio de la
Humanidad en forma amorosa.
Amemos
nuestra soledad, porque ella es la primera cuota de la certeza del re-encuentro
con nuestra alma gemela. Aquella que vamos a amar desde nuestro corazón, por lo
que sentimos en el corazón, no por lo externo de ella. Aquella que vamos a
re-conocer cuando veamos sus ojos y en un haz de luz, de un infinitesimal
tiempo de duración, marque el re-encuentro de dos almas que estaban separados,
aprendiendo a amar a Dios y así mismos, en medio de la soledad, para luego atraerse
y estar reflejados, el uno frente al otro, como un espejo reflejando el sinfín;
señalando que nunca habían estado desunidos, solo separados, porque ambos
sabían desde el fondo del corazón, que llegaría de nuevo el momento de estar
ahí, frente a frente.
Y en
la eternidad de ese ahora, los dos se amaran libremente, ahora con la certeza
de que ni el tiempo ni la distancia los separará realmente, porque son uno solo,
en vidas diferentes. Compartirán la vida, respetando la vida de uno y del otro,
y en cada distancia que se vuelvan alejar, por el quehacer de sus propias
vidas, el corazón se encargará de unirlos eterna, libre e ilimitadamente.
Así
que sumerjámonos en lo profundo del mar, en lo profundo de la soledad y
descubramos esos tesoros que como perlas, están esperando ser descubiertas,
protegidas por nuestras hermanas las ostras.
Un
abrazo a ti que estas viajando conmigo, al estar leyendo estas reflexiones.
ALARAMON